Ya inmersos en la crisis financiera y política global de falta de imaginación y, consecuentemente, entrando en recesión, o mejor dicho, en un túnel que no se sabe cuál es su longitud ni por dónde saldremos, podemos decir que la sociedad, en general, o empresas y trabajadores, en particular, comienzan a estar hartos de esos gobernantes que parece se mueven a merced de oleaje y que sólo aspiran a que la tempestad amaine para comprobar si algunos restos del hundimiento son aprovechables para la reconstrucción, obviamente, de una nave más pequeña.
Algo así pasa en España, donde desde la crisis generada por los más de 4.000 desempleados diarios, pasando por los empresarios abocados al cierre por la falta de crédito y las pymes y autónomos arruinados por la morosidad de las administraciones públicas, hasta la inseguridad humana y ciudadana, solo tenemos un pequeño espacio que nos separa.
Porque estábamos “muy bien”, todos acostumbrados a varias comidas diarias, a pagar la hipoteca, la electricidad, el agua, los colegios de los niños, a tomar copas con los amigos y a realizar nuestros viajes y vacaciones más que convencidos, en definitiva, de que vivíamos en la octava potencia económica del mundo y con unos índices de seguridad aceptables, ahora los españoles no alcanzamos a comprender que la prosperidad, el Estado de Bienestar, se haya desinflado como un globo barato.
Y lo que es más grave, los españoles no entendemos por qué el desempleo crece aquí siete veces más rápido que en el resto de Europa, donde la crisis también golpea duramente y los países más importantes entraron igualmente en recesión.
Ahora, además, hemos de hablar de desinformación, de un Gobierno que, trata a sus ciudadanos como a niños a los que no se les dice la verdad porque no la entenderían o, más grave, que no sabe que decirnos.
Si bien es cierto que la primera potencia del mundo tampoco tiene recetas milagrosas para paliar la catástrofe que tenemos encima y así, podemos decir que “mal de muchos… epidemia” y, hasta aquí, nada de nada.
Es evidente que, con los datos y los tibios y puntuales planteamientos actuales –de la situación “del que no llora no mama”– la salida del caos se antoja especialmente complicada y, sobre todo, cargada de incertidumbre en tiempo y forma.
Más bien parece que se ignora el camino a seguir y la necesaria imaginación no parece destacar y el desconcierto es similar al que sufre el resto de países afectados por esta crisis global, que va camino de conducir al final de ese modelo financiero y político en simbiosis que, hasta ahora, conocemos y que está creando una también globalizada alarma social.
Con todo ello, como consecuencia de la crisis estamos ya a un paso de la inseguridad pero, sin soluciones visibles los que nos está diciendo a gritos el… ¡¡sálvese quien pueda!!
Una filosofía, la de “sálvese quien pueda”, propia de Gobiernos que colocan, finalmente, la inseguridad por encima del servicio público y la protección social constitucional, o lo que es lo mismo, que lo primero que no debería de ser es el deterioro de la seguridad humana y ciudadana.
Todo ello, sin olvidar que algunas presuntas soluciones con total falta de imaginación ante la crisis, están conduciendo a que se que se recrudezcan en el mundo las acciones proteccionistas que, en algunos casos pasados perduraron durante décadas y no terminaron con el problema, sino reprodujeron su ineficiencia competitiva.
En este sentido, de nuevo, uno de los temores que existe como consecuencia de la crisis actual es que, como medida de defensa, muchos países recurran a esas medidas proteccionistas provocando un retroceso en los avances que se han logrado en la liberalización comercial. Sin duda, contra ello, se deben supervisar y monitorear las acciones proteccionistas que surjan.
No obstante, bien parece que estamos ante el retorno con gloria de Keynes. Una teoría que estuvo de moda el siglo pasado, pero que desde hace más de cuarenta años se consideraba perjudicial para las economías complejas de los últimos tiempos.
Lo cierto es que ahora algunas actuaciones ante la crisis económica, especialmente en el ámbito financiero, está dando pie a que los gobiernos, ante el miedo y las presiones de algunos sectores, ante la necesidad urgente de rescatar economías estén entremetiéndose en la actividad privada y, además, recurran a medidas proteccionistas que lo único que harían es empeorar la situación. Este fue uno de los graves errores de la política financiera que se cometieron durante la Gran Depresión del año 1929 y que esperamos no se repitan.
La otra cruda realidad es que la corrupción y el delito están demasiado extendidos por todo el mundo y la desconfianza de los ciudadanos en el poder es prácticamente irrecuperable que sumado a una crisis internacional ya está afectando a muchos países y a los precios de nuestras principales exportaciones tradicionales que están cayendo y, con ellos, los volúmenes de venta e ingresos y los márgenes se están reduciendo conforme la crisis se agudiza y la competencia se hace más férrea.
Pero, no seamos del todo pesimistas, aunque los pesimistas son pensadores profundos y bien informados mientras que los optimistas son, normalmente, más superficiales y no entienden bien lo que está pasando. Algo así como que, un pesimista es un optimista bien informado.
Por otro lado, no es menos cierto, que estamos al comienzo de una oleada de profundos cambios económicos, tecnológicos y políticos que crearán una nueva revolución en la productividad, necesaria para recuperar y mejorar la calidad de vida de todos.
En este sentido, si 2008 fue el año del crack económico, 2009 será el del crack político. Algunos gobiernos caerán, otros se debilitarán y casi todos tendrán que cambiar su manera de hacer las cosas para responder al inmenso descontento social y la inseguridad provocada por la crisis económica.
Con todo ello, y volviendo a la seguridad humana, no hay que olvidar que es un asunto multisectorial y multidisciplinar que, entre otros objetivos, están los de promover y garantizar la seguridad de los ciudadanos a través de los medios legislativos, judiciales y operativos como los correspondientes a la seguridad pública, auxiliada y complementada por la seguridad privada y subordinada de aquella.
En este sentido, los nuevos enfoques del concepto de seguridad, aplicados por parte de la comunidad internacional en el ámbito de la prevención y la protección, deben explicar y orientar el verdadero significado de una reforma del ámbito de la seguridad humana para un desarrollo sostenible, mientras se investiga los orígenes de las inseguridades en cada una de las países. Es decir, una vez más, debemos pensar en global pero actuar en local.
Todo ello, partiendo de la base de que las inseguridades están globalizadas pero, las seguridades no, y asumiendo que esta es la realidad.
Por otro lado, uno de los referentes más importantes para el seguimiento de una cierta realidad son también las reuniones del político-económico-elitista Foro de Davos donde, a los desafíos que vienen de atrás, desde la situación en Irak y Oriente Próximo, al auge del euro o los problemas con el petróleo, pasando por la inseguridad presente y la desconfianza generacional futura, o la falta de transparencia empresarial, son los asuntos pendientes más importantes donde, a las líneas principales de debate que propuso el Foro 2004 centradas en ideas de cómo reforzar la seguridad global, la apuesta por la innovación, la gestión de nuevos riesgos y el fortalecimiento de la política empresarial, ahora hay que sumar la desaceleración de la economía de Estados Unidos, el cambio climático y el terrorismo que han sido los temas centrales del Foro de Davos celebrado recientemente.
Una reunión, que en este año, ha llevado por título «El poder de la colaboración en innovación» y ha estado divida entre otros temas en: la gestión de la inseguridad económica y la competición y la colaboración en los negocios.
Los líderes políticos y económicos reunidos en la exclusiva y elitista estación alpina de Davos no han dudado en subrayar que la crisis económica, originada por la crisis financiera anterior, tendrá importantes consecuencias sociales pero, también políticas.
Lo cierto es que ya se baraja la cifra de que la crisis global, que ha llevado el crecimiento económico al nivel más bajo desde la Segunda Guerra Mundial, podría dejar 50.000.000 de nuevos desempleados en el mundo.
Además, el derrumbe del precio de los productos también afectará a los países pobres tanto de forma directa, al caer las ventas, como de forma indirecta al aumentar el desempleo.
Con esto, el Foro Económico de Davos, cerró la edición más pesimista de su historia en alerta máxima ya que la severa crisis económica podría crear reacciones sociales violentas y el resurgimiento del nacionalismo y proteccionismo en favor del “sálvese quien pueda” y la conclusión de que es hora de pensar y no de hacer negocios como siempre.
Eso sí, con seguridad. Según informaciones publicadas por medios suizos, la estación de Davos ha estado vigilada por alrededor de cinco mil militares para proteger a los líderes económicos, políticos e intelectuales que han participado en el evento.
En cualquier caso, y a modo de conclusiones, podemos decir que ahora, en un año más conflictivo y pesimista de lo esperado, un objetivo importante sería recuperar la confianza en los políticos y las instituciones en general, porque aunque la desconfianza no es genérica, ni superficial, sino profunda y afecta a sus instituciones, sus líderes y a unas reglas del juego, que una y otra vez son violadas por una importante casta de corruptos y gente sin principios, muchos de ellos instalados en las altas posiciones del poder, los ciudadanos pueden recuperar la confianza cuando vean a muchos de los delincuentes de alto rango en la cárcel, pero no sólo a los banqueros y brokers que han creado y difundido los productos tóxicos que han precipitado el problema, sino también a los muchos políticos que debieron prevenir y atajar el problema y no lo hicieron.
Definitivamente, los países deben estar unificados por su seguridad, intereses, economías e identidades compartidas porque unidos seremos más grandes y más fuertes y no entonaremos el… ¡sálvese quien pueda!