Sin lugar a dudas, los avances en la globalización del conocimiento que estamos viviendo son el resultado de los adelantos tecnológicos y científicos que se vinieron dando durante el siglo XX, junto con su impresionante explosión demográfica, el crecimiento desordenado de las ciudades, la destrucción del medio ambiente, el aprovechamiento a ultranza de los combustibles fósiles, el incremento de la economía y del comercio mundial que se multiplicó por seis y, a partir de los años 90, por la revolución de las comunicaciones con los ordenadores personales e Internet, que invadiendo la privacidad, han cambiado para siempre la forma de ver el mundo, comunicarse y de vivir la vida.
De esta forma y de la mano del capitalismo global tecnológico se aceleraron las migraciones con la adición de intolerancia racial y cultural, se incrementó la generación de riqueza, la criminalidad, la pobreza y la exclusión social y, más recientemente, el terrorismo de gran impacto social y, como consecuencia, la inseguridad también se globalizó.
Todo ello, con el desarrollo de la tecnología que hace posible que en la actualidad el conocimiento se duplique cada cinco años y que, según las predicciones más conservadoras, en el 2020 lo hará cada dos meses, con lo que ello supone respecto a la inseguridad. En cualquier caso, el mundo entero se está entregando al sueño de la aldea global, aunque con desigual suerte y recursos diferentes.
La globalización económica ha conducido a un aumento de la riqueza mundial sin precedentes, al tiempo que está profundizando las desigualdades y la marginación, no sólo entre las personas, sino también entre países.
El “circulo vicioso” de pobreza, desigualdad, frustración, criminalidad, exclusión, inseguridad y más pobreza en el que parecen estar inmersos muchos países está lejos de romperse.
Si el mundo es cada vez más rico y camina en esta dirección no podemos seguir permitiendo esta situación. Es urgente la inclusión de los excluidos en el escenario actual por justicia y porque, consecuentemente, aumenta la inseguridad global. Es momento de apostar duramente por el desarrollo humano sostenible que, consecuentemente, genera seguridad y es el requisito imprescindible para poner la “aldea global” en orden.
El problema de la violencia social y de la delincuencia organizada no se combate en el corto plazo y no se puede pensar en tener resultados positivos sin compartir las experiencias positivas de algunos países. Pero, lo más grave es que, actualmente, no hay importantes programas, ni propuestas para largo plazo en este sentido.
La violencia es cambiante, va modificándose y transformándose en tiempo real y por eso hay necesidad de estudiarla de manera permanente y con más profundidad que simplemente tener unas encuestas y un diagnóstico.
En los tiempos que vivimos, la convergencia económica y social y las integraciones continentales o entre países, constituyen un requisito imprescindible para los pueblos de la aldea global si no quieren marchar en contra de la historia y la evolución. Cabe decir que, a una mayor integración y convergencia, la globalización producirá mayores beneficios y a menor integración y convergencia la globalización generará más problemas que soluciones para la seguridad y, consecuentemente, para la mejora de la calidad de vida de las sociedades.
La seguridad ciudadana es un valor y responsabilidad ineludible para el Estado y sus gobernantes, enmarcada en la observación de los derechos humanos garantizados constitucionalmente junto con el ordenamiento internacional.
Hoy, la delincuencia organizada y la criminalidad están deteriorando las relaciones sociales y humanas, distorsionando la vida cotidiana y están cambiando conceptos como la solidaridad.
Todos tenemos derecho a vivir en un ambiente seguro. Una de las funciones primordiales del Gobierno es velar por la seguridad de los ciudadanos y esto hoy sólo puede cumplirse a través de la convergencia e integración de la seguridad pública y privada con un objetivo común: la prevención como la herramienta principal para combatir el fenómeno de la delincuencia organizada y el terrorismo de alto impacto social.
La seguridad pública y la seguridad privada tienen más fortalezas y oportunidades que debilidades y amenazas que deben considerarse y valorarse para formar expectativas realistas de lo que pueden ser las sociedades del futuro.
Si existe una buena relación entre la seguridad pública y la seguridad privada –ésta auxiliar y complementaria de aquella– los objetivos estarán alineados verdaderamente en la misma dirección. Los nuevos retos y amenazas y la resolución de nuevas situaciones de inseguridad, sólo pueden solventarse a través de un esfuerzo combinado entre el sector público y el privado y así cumpliremos con nuestra asignatura pendiente.