Ya decíamos al inicio del año que parecería lógico y coherente que la redacción de los programas políticos y sus mensajes en campaña estuvieran y fueran especialmente dirigidos a solventar o minimizar los problemas o preocupaciones de los ciudadanos pero, esos planes se trastocaron en el mes de marzo con la llegada casi sin avisar de la COVID-19.
Manuel Sánchez Gómez-Merelo
Consultor Internacional de Seguridad
Así, si revisamos los estudios y análisis multirrespuesta del CIS (Centro de Investigaciones Sociológicas), siete de las preocupaciones más importantes, su orden y ponderación no han desaparecido y, en general, se han incrementado por la suma de las primeras consecuencias de la pandemia y el confinamiento:
El desempleo, siempre primera preocupación, ha desbordado sus cifras; los políticos y sus políticas se han visto enfrentadas, más que sumadas para ayudar; los problemas de índole económico, se han incrementado exageradamente, sobre todo, en pymes y autónomos; la sanidad, sus estructuras y, especialmente, sus recursos humanos han sido sometidos a una prueba de agotamiento única; los problemas de índole social, se han multiplicado y afectado, sobre todo, a los más débiles; la educación, ha sido sometida a una prueba inusual durante el confinamiento, al tener que funcionar en modo distancia, sin avisar; los problemas relacionados con el empleo, también se han incrementado y sometido al desarrollo forzado e improvisado del teletrabajo.
La seguridad como necesidad básica
Con todo ello, y con esta especial experiencia vivida en estos últimos cuatro meses de confinamiento y apagón casi total de las actividades productivas, sociales y comerciales, es cuando nos damos cuenta de la importancia del concepto de protección y la necesidad de nuestras seguridades en la vida de las personas. La seguridad, derecho fundamental que guarda estrecha relación con la libertad, se vincula igualmente con la convivencia pacífica, la ausencia de entes agresivos y la utilización pacífica y ordenada de los espacios públicos.
La seguridad actualmente, por tanto, se centra en la creación de un ambiente propicio y adecuado para la convivencia libre, sana y pacífica de las personas. Por ello, el concepto de seguridad pone el énfasis en el desarrollo de labores de prevención y control de aquellos factores que generan inseguridades, además de las tareas necesarias reactivas ante hechos consumados como los que vivimos con la pandemia.
Esto nos viene a recordar a Maslow, con su Teoría sobre las Necesidades Humanas, que identificó todas aquellas que consideraba objetivos esenciales para las personas, y estableció una jerarquía, defendiendo que, conforme se satisfacen las necesidades más básicas, los seres humanos desarrollan necesidades y deseos más elevados. La escala de las necesidades de Maslow se describe a menudo como una pirámide que consta de cinco niveles: necesidades vitales básicas, necesidades de seguridad y protección, necesidades de afiliación y afecto, necesidades de estima, y autorrealización.
Nuestra sociedad, por desgracia, no garantiza ni siquiera que estén cubiertas esas necesidades del primer nivel para todo el mundo, lo que genera inseguridades de todo tipo, fruto de la desigualdad creciente que consentimos, que, en este tiempo de crisis y penurias hace tambalearse todo el esquema de nuestros precarios equilibrios.
Hay un multiplicado temor a males tangibles y conocidos, a las consecuencias que puedan tener los nuevos estados carenciales de los sectores de la sociedad más afectados y, por otra parte, hay que tener en cuenta el incremento de los temores intangibles y subjetivos que, como construcción imaginaria de la percepción a través de sus vulnerabilidades, han aflorado la necesidad esencial de establecer y determinar, más que nunca, acciones preventivas del pesimismo y la distorsión perceptiva que se vive como inseguridad “real”, y que tiene consecuencias también reales para la vida personal, laboral y social de las personas.
El sentimiento de inseguridad es un fenómeno multifactorial, es decir, se compone de diferentes aspectos: demográficos, psicológicos, sociales y ambientales.
Así, en este tiempo de confinamiento, ha sido fundamental, la cohesión social y el sentimiento de solidaridad pues la percepción de aislamiento, la desconfianza y la insatisfacción con la comunidad incrementan de forma significativa la percepción de inseguridad. Se trata de un sentimiento de mayor intensidad y va más allá de la mera preocupación, dependiendo, entre otros elementos, del riesgo percibido y de la capacidad para manejar las situaciones de vulnerabilidad.
Lo cierto es que todo se ha trastocado con la COVID-19 y no nos valen protocolos de otros momentos o épocas. Hemos estado y estamos ante una situación nueva, única e imprevisible, al menos en parte.
En el momento de escribir estas líneas España ya cuenta con unas cifras de 280.610 casos de coronavirus diagnosticados por PCR; y 28.436 muertos con test positivo al 28 de julio.
Con todo ello, “incertidumbre y pesimismo”, solo deben ser ese fondo de percepción de inseguridad sobre el que tenemos y debemos seguir trabajando en esta desescalada con cambios notables en los procesos, usos y costumbres que, derivadas del desarrollo y consecuencias de la COVID-19, han venido para quedarse, y en las que hemos de minimizar la materialización de los riesgos con todas las seguridades a nuestro alcance, físicas y lógicas, públicas y privadas.
La diversidad y complejidad de las principales actividades que están tratando de reactivarse poco a poco (pequeño comercio, prestación de servicios, restaurantes, movilidad laboral, hoteles, cines y teatros, centros educativos, actividades culturales y congresos, transporte, actividades deportivas, centros comerciales, actividades industriales y oficinas, celebraciones, Administración, centros hospitalarios, etc.), dada su diversidad y complejidad va a exigir el estudio y aplicación pormenorizado de estos medios de control y seguridad, adaptados a las dimensiones y necesidades de cada caso.
Hemos de tener presente que un ciudadano o un visitante, al verse afectado por inseguridades que percibe como no resueltas, casi de forma involuntaria, se convierte en un vector de la peor forma de propaganda y desasosiego para el país.
La manera de ayudar a solucionar este problema, es que cada responsable en los distintos niveles de decisión, pueda analizar en conjunto y estudiar independientemente cada uno de los riesgos y vulnerabilidades en los diferentes niveles, creando medidas y estrategias de planificación necesarias y coordinadas, para garantizar las seguridades sectoriales y la cobertura de esas necesidades básicas de los ciudadanos, lo que pasa, inevitablemente, por la gestión eficiente de estrategias económicas y políticas inteligentes, a través de las entidades públicas y privadas que correspondan, o incluso se tengan que implementar.
En España, en general, se disfruta de una especial confianza en las instituciones públicas (Fuerzas y Cuerpos de Seguridad y Justicia) y en su sistema de seguridad sanitaria.
Si, en general, en verano los españoles tenemos mayor sensación de inseguridad que en otros momentos del año, este año esa percepción se incrementará porque, a los habituales riesgos antisociales y sociales (robos, agresiones, accidentes, etc.), en esta ocasión se sumarán los riesgos y vulnerabilidades y amenazas que sufrimos o percibimos que acechan a nuestra salud.
Por ello, este año, no sólo debemos tomar medidas de precaución en nuestras viviendas, sino allá donde vayamos de vacaciones, sobre todo en las zonas de mayor aglomeración de público que frecuentemos, como son los lugares de ocio, las zonas turísticas o comerciales y las estaciones de viajeros.
En este sentido, el Gobierno español ha puesto en marcha un «programa piloto», iniciado en Islas Baleares, estableciendo un «corredor turístico seguro» antes de que finalizara el Estado de Alarma que hemos vivido, para «comprobar el funcionamiento del modelo de levantamiento de los controles temporales de las fronteras interiores y la recuperación de la libertad de circulación».
Sin embargo, como ya sabemos, para que cualquier medida funcione y haya los mínimos rebrotes del coronavirus, hemos de cumplir rigurosamente las ordenanzas para la prevención y los protocolos establecidos en cada caso, porque no caben escapismos mentales conspiranoicos que traten de justificar la libre administración de nuestro lícito apetito de contacto y desconfinamiento. Hay mucho trabajo científico, mucho esfuerzo y mucho estudio tras cada decisión política, por más difíciles que sean de tomar en medio de algo tan letal y novedoso, y la altura moral e intelectual de quienes nos pretenden cuidar contrasta sorprendentemente, con la superficialidad y la ingenuidad de quienes quieren ver en cada medida de prevención “estrategias de control barajadas de forma aleatoria”, y ven a los expertos como “individuos comprados al servicio de alguna entidad maligna que nos pretende dominar”.
La búsqueda de Seguridades y, para ello, las imprescindibles precauciones temporales que nos vienen recomendando las autoridades sanitarias hasta que llegue la vacuna, con todos sus defectos (fáciles de achacar a tiro pasado), son un bien a agradecer, un avance social, un privilegio del que disfrutamos como ciudadanos de un país democrático y evolucionado, para el cuidado y preservación de nuestra salud y la de los otros. Podemos no gustar de ellas, pero es lo único de lo que disponemos para transitar los meses de rebrotes, calor e incertidumbre que nos quedan hasta la ansiada vacuna. No nos lo hagamos más difícil.
Haciendo un juego de palabras, podemos con esto terminar diciendo que, como en el título de la novela del inefable Fernán Gómez: “Las bicicletas (y nuestras inseguridades) son también para el verano”.
Gracias.