Con motivo del 5º aniversario de la mal llamada «guerra de Irak», asistimos a un auténtico aluvión de reacciones, muchas de ellas cargadas de frustración y engaños sobre una acción bélica que, como todas, debe venir precedida de motivaciones que, presuntamente, la justifiquen y, en este caso, había al menos dos que nos contaban: tenían armas de destrucción masiva y albergaban a terroristas de Al Qaeda.
Todo ello, además de un hecho que fue aquel 11 de septiembre de 2001, donde los atentados a las Torres Gemelas en Nueva York y al Pentágono supusieron un antes y un después en la escena política mundial. El terrorismo islámico asestó un durísimo golpe al corazón de Estados Unidos y en él, a todo el mundo libre.
La Administración Bush reaccionó como un gigante herido y, dada la magnitud de la agresión, su respuesta debía ser muy contundente y servir de aviso a todo osado terrorista. Pero, la respuesta no se podía hacer en solitario y, dada la coyuntura, el presidente George W. Bush buscó y encontró aliados pero, le faltaba el enemigo porque Al Qaeda era y es difuso y confuso.
Al Qaeda representaba un nuevo concepto, difícil de identificar y batir: un grupo de fanáticos, con frecuencia alimentados con petrodólares o narcodólares, cuyo principal mérito fue canalizar el descontento de las clases más desfavorecidas que viven en los países islámicos. Al Qaeda representaba al rebelde que plantaba cara a Occidente, y con quien el mundo musulmán comenzaba a simpatizar. En este sentido, fue Irak y su entonces líder y dictador, Sadam Hussein, con su apoyo a Bin Laden y su actitud manifiestamente hostil ante Occidente y la presunta presencia de terroristas de Al Qaeda, lo que se convirtió en el objetivo y excusa perfecta.
Por otro lado, además de la necesidad de responder al terrorismo, estaba la de proteger Israel y de asegurar el petróleo y fue lo que impulsó a “los halcones de Bush” a lanzarse a esta arriesgada empresa. Muchos de buena fe le acompañaron y con mayor o menor entusiasmo aplaudieron lo que se vendía como una liberación y la neutralización de una amenaza.
Lo cierto es que la aventura iniciada en marzo de 2003 ha costado, además de las pérdidas de miles de vidas humanas, más de 600 mil millones de dólares, que la convierten en el conflicto más caro de la historia. A lo que todavía hay que sumar los problemas de privatizar la guerra y la seguridad. Uno de cada diez occidentales armados en Irak es un mercenario que cobra hasta mil dólares por día por custodiar a funcionarios o hacer la guerra sucia. Así comenzaron 35 empresas operando en el país, casi sin control y con mercenarios de varios países. Hoy, en muchos casos, lejos de ser una garantía de seguridad, constituyen una amenaza e Irak vive una auténtica «revolución paramilitar» con la presencia de más de 40 mil hombres armados contratados por empresas privadas para que se hagan cargo de lo que el desbordado ejército norteamericano no puede asumir.
Hoy, cinco años del inicio de la invasión/guerra de Irak es buen momento para ver de qué han servido las miles y miles de muertes violentas acaecidas día a día que han acostumbrado a los telespectadores del mundo a no tenerlas ya en cuenta donde, la cruda realidad, es que las muertes no han dejado de aumentar y la inmensa mayoría son civiles desarmados.
Los cien mil iraquíes (en la cifra más conservadora) y los más de cuatro mil soldados muertos norteamericanos y trescientos de otros veinte países, la pérdida de unos doce mil policías iraquíes, las decenas de miles de heridos, la economía del país desvastada, autoridades nacionales con poco poder real en todo el país, el odio y los asesinatos diarios entre suníes y chiítas, reflejan la dificultad para que Irak y sus habitantes retomen un camino de paz y de reconstrucción necesario.
Por otro lado, según el Comité Internacional de la Cruz Roja, la situación humanitaria en Irak es de las más críticas del mundo, aunque haya más seguridad recientemente en algunas zonas. El 60 por ciento de la población activa se encuentra en paro, y más allá de mejoras en seguridad, la destrucción del tejido social que la guerra conlleva ha dejado a los iraquíes desamparados y millones de ciudadanos están abandonados a su suerte. Casi la mitad sobrevive con menos de un dólar al día, el umbral de la pobreza extrema, y seis millones de personas necesitan ayuda humanitaria, el doble que en 2004. Además, más de cuatro millones de iraquíes (una séptima parte de la población) se han visto obligados a abandonar sus hogares a causa de la violencia. Una media de 60 mil iraquíes abandona el país cada mes.
Millones de iraquíes tienen poco o ningún acceso al agua potable o a servicios sanitarios, y muchas familias han de gastar un tercio de salario mensual para comprar agua potable. Los servicios médicos en Irak están peor que nunca, y los que hay son muy caros para la mayoría. Los hospitales de Irak carecen de personal suficiente, así como de medicinas básicas, solo hay treinta mil camas hospitalarias cuando se necesitan ochenta mil y la mitad de médicos iraquíes han muerto o abandonado el país.
La catástrofe humanitaria en la que vive la población de Irak es extrema y todos los estándares de vida se han evaporado y, ahora, Al Qaeda tiene un laboratorio de pruebas para el terrorismo internacional y la región es más insegura que nunca.
Si a ello le sumamos que las aventuras militares se sabe como se empiezan pero no cómo continúan y menos aún cuándo acaban y aunque la invasión se ajustó al «Plan», la ocupación ha sido un desastre, en la medida que la disolución del ejército y de la policía iraquíes jugó a favor de los terroristas. Irak se convirtió en el punto de concentración del terrorismo yihadista.
Hoy muchos ciudadanos iraquíes están convencidos de que nadie está seguro en Irak, sea suní o chií, porque quienes tienen armas imponen su ley. Varias milicias de diferente signo, más los grupos armados de delincuentes y secuestradores, actúan con casi total impunidad entre las bombas que no cesan.
No hay duda de que el precio terrible lo está pagado la población local. Cinco años después, la situación en Irak dista mucho de ser idílica. Hay una cierta democracia pero la vida allí vale bien poco. Y, en todo caso, las tropas allí destacadas no pueden simplemente irse aún.
Cinco años después de lo que iba a ser una rápida “tormenta en el desierto”, similar a la primera guerra del golfo, Irak sigue siendo la herida que está sangrando al pueblo iraquí, al estadounidense y también a las arcas de este último país. Dos de las tres motivaciones que justificaban el ataque: la eliminación de las armas de destrucción masiva y el apoyo al terrorismo se han comprobado que eran falsas. Y la tercera, el horror de las torturas de Saddam Hussein ha dado paso a permanentes atentados suicidas y un agravamiento de las luchas étnico-religiosas.
Por otro lado, los protagonistas del inicio de esta “hazaña bélica” se van evaporando discretamente. Sólo queda en activo el presidente de Estados Unidos con una de las tasas de impopularidad más grandes desde la fundación de la nación.
Cinco años después de la invasión de Estados Unidos a Irak, la impopular guerra resuena en la campaña presidencial 2008, con los demócratas comprometiéndose a una pronta retirada de las tropas y los republicanos prometiendo mantener el rumbo.
En cualquier caso, en este aniversario, de nuevo, miles de ciudadanos por todo el mundo se han manifestado, como en España, convocados bajo el lema «Ahora, como hace cinco años… ¡No a la guerra!».
Por eso, ahora a los cinco años de aquel momento, es preciso detenerse, hacer un balance y pensar hacia delante. En Estados Unidos y en todo el mundo ya quedan pocos que todavía aplauden la aventura bélica del presidente Bush.
Otros muchos quisieran que se olvidasen los gravísimos errores cometidos por la Administración ocupante, como la vergüenza de Abu Graib o la de que cinco años después millones de iraquíes siguen sin agua ni electricidad, o que las fuerzas norteamericanas no son capaces de controlar a los terroristas que masacran implacablemente a los civiles inocentes.
Por el contrario, la producción de petróleo, principal recurso del país, ha superado su nivel de antes de la guerra, con 2.9 millones de barriles diarios, según fuentes oficiales iraquíes, aunque los analistas del sector la estiman en unos 2.2 millones.
Luego de cinco años después del derrocamiento de Sadam Husein, la mayor inseguridad que viven los iraquíes tiene que ver con sus necesidades básicas y, los avances en seguridad son frágiles y podrían revertir con facilidad. Decenas de miles de iraquíes están presos, con un horizonte muy incierto, en un centro de detención cerca de Basora.
Realmente, hoy son pocos que dar por bien gastados los esfuerzos del gobierno y del ejército estadounidense para instalar una Administración autónoma iraquí en un país convertido en un mosaico de feudos donde solo mandan las armas. La situación ha erosionado la credibilidad de Estados Unidos en Cercano Oriente al tiempo que aumentaba la influencia de Irán, y alimentó una subida vertiginosa del petróleo que sigue pesando en la economía mundial.
Lo más grave, si cabe, es que hoy, cinco años después, no se vislumbra ninguna solución a la crisis de Irak y la reconstrucción anunciada no aparece por ninguna parte. George W. Bush trata de agotar su mandato sencillamente dejando pasar el tiempo para que su sucesor busque una solución que él no ha sido capaz de encontrar.
Nadie sabe si va a estar vivo al día siguiente, o que ocurrirá con sus familias, es la seguridad de la incertidumbre sin horizonte. Pero las fuerzas que han ocupado el país, que presuntamente venían a sacar del poder a Sadam y reestablecer el orden y la democracia, tienen la situación peor que hace más de cinco años atrás, en donde la anarquía es el pan de cada día, lo que implica tener que sobrevivir en un país en donde todos los derechos han sido conculcados y eso de construir una sociedad libre, solo forma parte de las falsas promesas.
La conclusión, cinco años después, es que el balance real de la guerra de Irak ha sido una invasión por unas inexistentes armas de destrucción masiva de Saddam Hussein y sus pretendidos vínculos con Al Qaeda, a lo que hay que sumarle que Irak no ha sido semillero de terroristas hasta después de la invasión.
Como nos ha recordado recientemente Stiglitz, premio Nobel de economía, «esta guerra sólo ha tenido dos vencedores: las compañías petrolíferas y los contratistas de Defensa». Tal vez por eso el vicepresidente Cheney, en una reciente visita a Irak, dijo que «la guerra ha sido una empresa difícil, desafiante, pero exitosa. Bien ha valido el esfuerzo». No cabe duda, que al menos para él y sus socios sí.
La realidad es que, por todo ello, el mundo se ha convertido en un lugar mucho más peligroso donde, para muchos, no importa morir. Lo que sigue importando es vivir libre y dignamente.
Y la traca final es que este nuevo “Vietnam”, esta “guerra de los Bush”, tampoco tiene buen aspecto.