Así de contundente se mostró Antonio Garrigues Walker, presidente del bufete de abogados Garrigues, en una reciente conferencia.
Cierto es que, todo el mundo asume, sufre y comenta que estamos en crisis, al ver las permanentes suspensiones de pagos, los descalabros inmobiliarios, las bajadas de la bolsa, el espectacular aumento del paro o la caída del consumo, pero vamos a intentar mirar con ojos nuevos esta situación que, por compleja y novedosa, ya requiere un ejercicio de humildad a la hora de evitar la comodidad de los moldes y de las nomenclaturas preestablecidas.
Ejemplos ilustran la percepción que tiene buena parte de la sociedad de la situación actual, y es que se ha asumido de manera emocional que estamos en crisis, porque “se dice por ahí”, se ve en los medios y todo refuerza el concepto de que lo que vivimos ahora mismo es “la crisis”, tal cual, nada más y nada menos, sin que muchos sepan exactamente a qué se refieren al citarlo.
Pero este término de tan diferente interpretación y confusas explicaciones no termina de estar claro porque, o no nos lo cuentan todo, o alguien está despistado, o, peor aún, nos están engañando y no nos estamos dando cuenta. La indignación de los diferentes perjudicados, tanto por las consecuencias directas como por la sensación de estafa que se deriva del análisis, está llegando a diversos niveles de manifestación.
Y es que no son las crisis las que motivan la acción social sino al revés: la movilización, el enfrentamiento y la ruptura de los controles, son los que provocan reacomodos en el modo de dominación social y política, forzando a los de arriba a introducir cambios, no sólo en el terreno de la economía sino cambios sociales que abarcan todos los aspectos de la vida. Por eso mismo no podemos hablar, en rigor, solamente de crisis económica.
En este sentido, recordamos a Muhammad Yunus, Premio Nobel de la Paz, quien afirmó hace algún tiempo que «mientras las cosas funcionan más o menos, nadie quiere cambiar nada, pero ahora que ya no funcionan, es el buen momento». Ahora que la crisis ha empezado a incomodar a los estratos más favorecidos de la sociedad y no sólo al mundo debilitado, se da la reacción y con ella la oportunidad de generar una reflexión global. En relación con esto, tanto o más interesantes son las lecciones filosóficas que pueden obtenerse de los recientes eventos de indignación social, como de las causas y efectos provocados en política.
Por otro lado, en recientes declaraciones académicas, se observa una clara unanimidad en la idea de que los gobiernos actuales están aplicando «parches» ante «la quiebra del modelo económico», sin desarrollar políticas eficientes para incidir en el binomio productividad/competitividad, que es donde verdaderamente radica el problema que se viene arrastrando.
Así, como es sabido, cuando a mediados de los años ochenta la prensa adoptó el neoliberalismo como dogma de fe, sin la menor consideración critica, vimos que, de repente, la información económica y bursátil se integró en las noticias con el mismo rango que el parte meteorológico y, junto con ello, se empezó a adoptar un nuevo idioma. Ya no había trabajadores y empresarios, sino «agentes sociales» y los trabajadores y empleados se convertían en «recursos humanos», apareciendo los salarios basura, y donde a la explotación se denominaba «flexibilidad del mercado de trabajo», o «aligerar los costes en recursos humanos» y ahora, de nuevo, nos encontramos que habremos de defendernos de las consecuencias de este lenguaje.
En este sentido, y aún subrayando la pasividad de los ciudadanos, nos preguntamos: ¿por qué no hay una investigación parlamentaria sobre todo lo que ha pasado? En el mejor de los casos, sólo hablamos de estas cosas, o expresamos nuestra rabia, pero nos conformamos con ese parloteo sin consecuencias, como si lo hiciéramos contra un muro. La realidad es que una política económica que consiente las pirámides financieras de Wall Street o las pirámides inmobiliarias españolas, está enferma, se ha dejado llevar por la corriente y ha sido gobernada y aprovechada por los poderes fácticos del ladrillo y el dinero fácil, que ahora han cambiado de objeto, pero siguen lucrándose del propio río una vez revuelto.
No obstante y aún lamentando el alto coste para muchos, lo interesante de las crisis –y la española nació en el año 2007– es el aprendizaje que puede obtenerse de ellas. Pese al descalabro financiero y económico en que ha caído el mundo, hay también aprendizajes posibles, y no sólo en el terreno económico, sino también en el filosófico y social. Es sabido que en el campo económico el sistema financiero deberá ser repensado íntegramente para servir al desarrollo sustentable de los países y no para generar ganancias de laboratorio.
Pero, no perdamos el referente de que una crisis no es más que un cambio brusco en un proceso, un giro en una tendencia normalmente agotada y esta es la situación actual.
¡La crisis ya ha acabado! Estamos en un mundo nuevo
¿No hay crisis? Pues no. El tsunami que hizo volar tantos tejados y destrozó los paraísos de seguridad de tantos consumidores eufóricos ya pasó, llevándose en su indiscriminado furor los cimientos precarios de muchas economías asentadas en premisas falsas. Pero nunca hay que volver atrás. Ahora no es reconstrucción lo que toca sino la edificación de un nuevo orden social eficiente que se sustente sobre cimientos éticos, económicos y políticos sólidos, a prueba de cualquier ciclón que pudiera darse en el futuro.
Hemos de aprender a navegar en un nuevo marco. La crisis fue en 2007 y durante estos años hemos sufrido más de un ataque al corazón. Ahora tenemos que aprender a vivir en un nuevo paradigma, en un sistema más imaginativo y realista. Y, aunque la tormenta ha presentado un frente más poderoso y duradero de lo que pensábamos, sabemos que siempre que llueve, escampa.
Estamos viviendo ya una nueva realidad. La crisis como tal ha terminado, y debemos olvidarnos de hacer tantos pronósticos con datos del pasado. En esta nueva realidad que nos toca habitar es fundamental la imaginación y el discernimiento; unir fuerzas frente a lo esencial, generar un tejido económico que favorezca el empleo y recuperar la credibilidad exterior, algo directamente vinculado con la reducción del déficit público al 3% y la mejora de nuestra competitividad.
Vivimos ahora mismo bajo otro paradigma, en otro marco y no se pueden hacer cosas nuevas con recetas viejas. No tendremos más remedio que pasar página y enfrentar la nueva situación con realismo.
Las reglas del juego han cambiado totalmente; antes eran fijadas por las empresas, hoy en día son fijadas por el mercado, y más precisamente por el cliente, a su vez estimulado por tendencias del propio mercado. Es el cliente el que juzga el valor del producto, y también es el cliente el que lo consagra o condena en función del valor que le asigne.
Un marco de competitividad en el que hay que tener en cuenta siete tendencias clave, algunas ya bien conocidas: Hay un nuevo reparto del poder económico mundial; un incremento de la demanda de servicios; un crecimiento de la población urbana; un importante impacto de las tecnologías en estilos de vida; unos nuevos hábitos de consumo; y una nueva cultura del bajo coste vs. consumo inteligente.
Por todo ello, el objetivo es planificar con inteligencia nuevas pautas de crecimiento en medio de la recesión.
Esto ya no es el sálvese quien pueda de la crisis, y las tendencias que marcarán las nuevas estrategias deben responder a los cambios socioeconómicos de este panorama, todavía timorato y característico del día después, pero pronto emergente.
El futuro se hace con estos mimbres que hoy tenemos, igual que este presente lo sembramos con la escala de valores de ayer. Los ciudadanos no pueden volver a los patrones de compra y consumo anteriores a la crisis.
En cualquier caso, son momentos de importante cambio y hay que ponerle imaginación y no simplemente aplicar las viejas fórmulas basadas en los recortes presupuestarios, despidos laborales y ajustes de objetivos, que suele ser el recurso único de los que no tienen alternativa o visión. Son momentos para aplicar fórmulas imaginativas para situaciones complejas. Es decir, es un reto para aquellos que son capaces de ver la oportunidad del cambio donde otros sólo ven dificultades y amenazas.
Por otro lado, en los actuales tiempos de transición, en los que predomina el caos, la mejor orientación es bifocal: poner en juego la intuición necesaria para tomar decisiones correctas con datos incompletos y tener una percepción agudizada. Una percepción que nos permita hacer distinciones, transformar lo invisible en visible, y eso nos facilite intervenir de forma diferencial.
No obstante, una crisis es siempre una oportunidad para evolucionar o desintegrar. Es un periodo de transición: lo que era ya no está y lo que está por venir aún no ha llegado.
El mundo es ahora más grande y ya no pertenece a quien sabe, sino a quien aprende, porque quien sabe puede aferrarse a un conocimiento que ya resulte obsoleto. Sin embargo, es quien aprende quien está innovando y siendo útil al cambio. La única ventaja competitiva que nos queda en periodos de crisis es la habilidad de aprender más rápido e innovar mejor.
Este planteamiento nos debe llevar a orientar nuestras fuerzas, por un lado, en la adecuación de cada producto y servicio al usuario al que va destinado y, por el otro, a la investigación sobre las necesidades reales de los usuarios a fin de desarrollar nuevos productos y servicios.
Tradicionalmente, la estrategia ha sido, para la oferta, el diseñar un producto o servicio e intentar colocarlo casi empujando al mercado, y, para la demanda, la de utilizar lo que genéricamente ofrecía el sector, si bien está demostrado que este enfoque fue y es caro, ineficiente y con grandes carencias en cuanto a eficacia.
En definitiva, ahora una de las lecciones posibles es que no debemos contemplar sólo aquello que nuestras orejeras nos permiten mirar porque así nunca podremos ver más que vacas donde otros ven algo sagrado. Por eso, si alguna virtud tienen las crisis es que extienden nuestro campo de visión porque representan un momento peligroso en el que hay que aguzar el ingenio, un tiempo en el que las cosas empiezan a ir mal y hay que ocuparse en sobrevivir.
También ahora, mientras unos lloran, otros buscan nuevos modelos de negocio, y el que lo encuentre o lo ajuste conseguirá salir adelante mientras que los otros probablemente se hundirán, porque crisis no es igual a oportunidad, como el ideograma chino muestra, es igual a peligro, pero el verdadero peligro es quedarse quieto, y, al mismo tiempo, es igual a oportunidad… pero de cambio.
Bienvenido el cambio, aunque sea al precio de vernos desnudos y tener que reinventarnos, y bienvenidas sean todas las acciones encaminadas a dejar atrás unos esquemas obsoletos y egocéntricos que nos han llevado a la extenuación de nuestros recursos planetarios, económicos, sociales y personales.
La crisis ha muerto. Viva la transición. Viva el futuro.
Good bblog post
Muy interesante este articulo por los elementos de reflexion que aporta. Creo que lo nucleico para cambiar la cultura general es la educación, es en el marco educativo donde deben de introducirse estos nuevos valores, ideas y actitudes que nos permitan afrontar con este espiritu en nuestro ADN colectivo los retos que se nos plantean ahora y que se nos plantearan en el futuro. Ser capaces de desaprender lo viejo para a-prender lo nuevo.
Gracias por su, a mi juicio, certera reflexión
Totalmente de acuerdo.
Mi lema para el 2012 «INNOVACIÓN»
La Vida es así!